Una paradoja: la violencia como partera del cambio en paz

El inicio del trabajo de parto fue el jueves 14. Duro aviso: lo que se esperaba con esperanza no venía bien. Uno del equipo dijo: «Inhibamos contracciones porque no viene bien, hay alto riesgo». Así se hizo, se frenó todo para prepararlo de nuevo adecuadamente. El parto se reprogramó para el lunes 18 a las 14. Ese día comenzó puntualmente.

Intentando romper el frustrante mito de Sísifo, aquel que empujaba una piedra cuesta arriba y cada vez que estaba por llegar a la cima esta caía, tuvimos undéjà vu del retorno de la eterna violencia, esa conducta de la perversa búsqueda de la muerte como medio y como fin, ese perverso miedo como medio de dominación, de cepo a la libertad.

Casi tres horas de una tormenta nunca vista en la histórica plaza de los Dos Congresos. Lluvia de piedras, cascotes y deseos, enormes deseos de que sea el principio del fin. Devorar al padre para poder ser libre de moral, de no sujetarse a nada, de eyectarse a la amoralidad donde todo vale y donde solo la fuerza domina. Salvajismo puro en acción. Construcción de lo abyecto.

La paradoja se empezó a construir en esas imágenes que la historia mostrará como épicas. Argentina se dispone a romper la ley del Talión, del ojo por ojo. Pone la otra mejilla y al mal no le responde con otro mal.

Hay imágenes de una horda primitiva. Con garrotes y piedras intentando hacer desaparecer al otro, al diferente que no pueden asumir en su supuesto mundo soñado, que se hace pesadilla. Frente a ellas, imágenes de otras personas solo provistas de escudos y cascos tolerando la furia de la barbarie de otros siglos, de hace muchos siglos.

Adentro, en lo intestino del poder, no era muy diferente. La violencia era verbal pero las palabras auguraban sangre que correría por las paredes y los pasillos de la institucionalidad argentina. Nos querían entregar a su delirante rito como chivos expiatorios, como el ditirambo del más allá del bien y el mal. Así estaban y así se comportan los portadores de pancartas que no podían entender que no es no. Que eran incapaces de respetar esa consigna de lucha contra la violencia que tantas veces enarbolan.

Por eso insistieron con 42 cuestiones de privilegio y 14 mociones para la suspensión de la sesión, pidieron el aplazamiento del asunto a discutir y su vuelta a comisión, y votaron un cuarto intermedio, con amenazas de todos los maleficios para nosotros y la Argentina. Una insólita entente entre la izquierda, el kirchnerismo y el massismo apeló a cada uno de los vericuetos reglamentarios para hacer rodar cuesta abajo la piedra que estaba llegando a la cima.

Pero el trabajo de parto siguió su curso y alumbró el inicio de una nueva Argentina. Se pudo resolver desde la ley lo que antes se complicaba aún más con la violencia. Prevaleció el Estado de derecho.

«La violencia es la partera de la historia» cuentan que dijo Karl Marx y sus seguidores estaban convencidos de eso. Pero no se imaginaban que la criatura que ayudaron a dar a luz no era la que estaban esperando.

Cerca de Navidad, del «nacimiento», nuestra Argentina empezó a dejar atrás el fracasado intento de continuar con el mecanismo de acción directa para cambiar el orden. Se vio en vivo y en directo, gracias a este mundo hiperconectado, y fue revelador para una mayoría que vivió un relato de posverdad en el cual los represores eran otros.

Dura paradoja para estos adoradores de Tánatos, que más que resolver conflictos ideológicos de esta compleja Argentina deberán resolver problemas psicológicos de su primaria relación con lo que simbolizaron como el poder, como también los describió en una nota Ernesto Tenembaum.

Así creo que fue. Este año nuevo tiene el hijo social que tanto deseamos todos en Argentina, el lunes 19 la violencia fue partera de un cambio en paz.

(Nota originalmente publicada en INFOBAE)